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zarraclaca On Tuesday, September 13, 2005

En las naves el ala superior del templo de Santa Isabel aún puede verse un mullido y antiguo sillón que es todo un símbolo. Vamos a averiguar porqué.
El día de la Encarnación de 1763 el Duque de Arcos llegó a la iglesia de Santa Isabel -o de la Compañía de Jesús- en carroza de caballos vestido de gala y acompañado de sus dos criados mayores. El rector de los jesuitas le espera en la puerta de la calle Compañía, le recibe con grandes reverencias y le lleva hasta la capilla mayor donde se ha dispuesto silla de terciopelo, alfombra y almohada. Una vez termianda la función, el rector le ofrece al Duque que vaya a refrescarse al patio
Soleado patio lleno de macetas, como un recipiente de la luz solar. Romano y árabe como el azahar, alegre y lleno de jolgorio y ruido, como el sol de un domingo a mediodía. La luz besa los intercolumnios y dibuja con timidez los gastados ladrillos. No hay tiempo en aquel patio. No pasa. Los relojes, se paran. Los movimientos se ralentizan, los ruidos de la calle llegan como un lejano susurro. Inalterable, el patio te habla en su propio lenguaje, si se está dispuesto a escuchar.

A escuchar, de verdad. Pero el hombre siempre siente miedo al silencio, por si un día descubre que su cuerpo no emite ningún ruido, ni sus huesos crujen. Es por eso que el hombre no se suele parar en patios como éste a oir el paso del tiempo por entre las macetas. Si el hombre escuchar se daría cuenta que el patio ha metido dentro de tí, que ya tu también eres tiempo que no pasa, y sol que acaricia con labios de amante adolescente las piedras y agua que murmura historias del pasado. Porque ya todo eso está ahí, dentro de ti. Para siempre.
Allí permanecen disertando "en conversación tan familiar con todos los padres que parecía que se había criado con todos". En el transcurso de esa conversación, D. Francisco anuncia que el Rey lo reclamaba en Madrid. Esa sería la última vez que pisaba Marchena.
Con esta escena terminaron varios siglos de intensa relación entre Marchena y su Duque, cuando el pueblo se convirtió en una pequeña corte de una destacada casa nobiliaria. Para los Jesuitas, fue un auténtico cataclismo, pues desde siempre habían sido los más favorecidos.
San Ignacio de Loyola, pedía a sus seguidores “que se esuche a los menos importantes, pero que les hablen poco y los despidan pronto, mientras que a los grandes se les investigue su carácter para aparecer ante ellos simulando ser afines a su forma de ser”. En Marchena los jesuitas regentan más importante centro de educación del Estado de Arcos, que comprendía varias provincias andaluzas. El Duque no daba un paso sin la opinión de los miembros de la Compañía.
La amistad de conveniencia entre éstos frailes y los poderosos fue muy sonada. En 1610 con motivo de la beatificación del fundador jesuita San Ignacio de Loyola destacó el impresionante despliegue de arquitectura efímera. Sobre la fachada de la iglesia se sobrepone una portada falsa con columnas, pirámides, esferas. El interior se cuelga enteramente de tercielos, brocados, sedas. La imagen de San Ignacio es cubierta de joyas.
Pero esto no es nada comparado con el gran despligue de 1622 cuando se Canoniza a San Francisco Javier y San Ignacio de Loyola. En esa ocasión el Palacio ducal entero es cubierto de arquitecturas fingidas con estatuas, arcos, columnas, fuentes y todo tipo de adornos con motivos de los nuevos santos. Igual pasa con la iglesia que por dentro es cubierta entera de pinturas y telas y fuegos artificiales sobre la iglesia de Santa Isabel. Por las calles, desfiles y mascaradas, representando al Quijote y todos sus personajes. Fueron las mayores fiestas que Marchena recuerda.
Con la marcha de los duques, llegó la época de las sombras para la otrora poderosa Compañía. El Ayuntamiento se enfrenta con los frailes, sus pleitos y conflictos son solucionados siempre a favor de los frailes por orden directa del Duque. Los jesuitas entienden que deberán mejorar sus relaciones con los notables del Ayuntamiento. Sin embargo tendría que ocurrir un hecho muy grave para que todos vieran ésta necesidad.

Los Jesuitas ejercían la función de asitencia a los presos y en algunos casos, la liberación de los mismos, que con la nueva situación, en ausencia de los Duques, se disputaban todas las órdenes religiosas.
Las órdenes instrumentalizaron a las hermandades de penitencia. La Vera Cruz fue creada por los franciscanos y el Cristo de San Pedro por los dominicos. El Dulce Nombre llevaba el escudo jesuita y en 1721 sacaron a su imagen en rogativas por sequía.
La tensión se palpaba entre unas órdenes y otras. En esta situación surgieron los disturbios del Jueves Santo de 1756, cuando pasaba por delante de la cárcel la hermandad del Dulce Nombre. El Asistente del Ayuntamiento dió orden a los soldados de la cárcel de que disparasen si algún penitente del Dulce Nombre, en su regreso de la estación de penitencia a San Juan y al pasar por la puerta de la cárcel intentaba liberar algún preso.
Los soldados, de quienes los jesuitas dicen que estaban bebidos dispararon contra la multitud, despejan la calle a cuchilladas y hubo muchos muertos y heridos. La estatuta del “Niño Jesús” dice el relato, que va en la procesión recibió varios balazos y al final rodó por los suelos. Hubo toque de alarma y los soldados se encerraron en la fortaleza del castillo de la Mota.
Los miembros del Ayuntamiento se refugiaron en iglesias y conventos temiendo la ira popular. El Colegio Jesuíta cerró sus puertas y solo dejó entrar a uno de los alcaldes, que aconsejado por el rector, solucionó todo de forma que a la caída de la noche se había hecho la paz.
Se abrió un juicio en que el Rey, mal informado, acusa al pueblo de los sucesos. Los Jesuitas, exculpan al pueblo y a las autoridades municipales e inculpan a las tropas del Duque, hasta hace muy poco, su adorado patrón y benefactor. Los jesuitas apoyaron al Ayuntamiento para ganarse su amistad. Los jesuitas fueron expulsados de Marchena el 19 de abril de 1767 para nunca volver.
Estos hechos sparecieron relatados en un pergamino pegado en el interior de una imagen dentro de la iglesia de Santa Isabel y analizados por el historiador Julián Jose Lozano.
El peso de la historia descansa sobre los arcos pétreos de la iglesia, concluída en 1588 ideada por Martín de Gianza, maestro mayor de obras de la Catedral de Sevilla. La Inmaculada del altar mayor, que fue traída en procesión desde el Palacio, donada por la Duquesas Maria de Toledo,. El altar mayor está relacionado con el de la catedral cordobesa- y diseñado por el jesuita Alonso Matías. Muestra los símbolos de la orden (IHS) en el lienzo central, de Roelas, que con la expulsión fueron borrados y tras ser restaurados vuelven a lucir. En el cuerpo inferior aparecen cuadros de Alonso Vazquez. Bajo el altar está enterrada la fundadora Doña María de Toledo, Duquesa de Feria. Sorprende la serenidad de la pintura del Ecce Homo de Juan de Juanes (1550) o la maravilla de la Inmaculada de Alonso Cano (1660).
En la tribuna, justo frente al altar lateral aún permanece el mullido sillón encarnado donde se sentaba el duque, como mudo testigo de los pasados tiempos de esplendor.